domingo, 25 de marzo de 2012

EL DESALOJO DEL TRABAJO SOCIAL EN EL MODELO NEOLIBERAL CHILENO


Nombre                     : Lucía Piccolis Díaz
Título del trabajo         : El desalojo del Trabajo Social en el modelo        neoliberal en chileno     
Eje temático               : Formación e identidad profesional y ética
Modalidad                  : Mesa de trabajo
Institución                  : Universidad del Mar
Procedencia                : Chile
         EL DESALOJO DEL TRABAJO SOCIAL EN EL MODELO NEOLIBERAL CHILENO
                                      Desalojo, acción autorizada legalmente realizada por los medios de seguridad públicos del país en que se realiza; esto es lo que se le ha hecho al Trabajo social en el marco del modelo neoliberal en Chile.

  1. Gobierno militar en Chile

Son numerosos los cambios que se producen en el país a partir del golpe de estado de septiembre ‘73. Sin duda, la violación a los derechos humanos, es lo más conocido por el mundo entero, pero no lo único.

Junto con la instalación del régimen de facto, en el Chile de 1973, se cierran, en prácticamente todas las universidades de la época, las carreras de Trabajo Social, Sociología y Antropología. Esto por considerarlas altamente politizadas. Es así como algunos referentes académicos partidarios del régimen militar señalaron que el problema con estas disciplinas era cuando éstas se tornaban insolentes, es decir, cuando adoptaban una postura crítica.  A los cuadros académicos y estudiantiles de estas carreras  se les consideraba como agitadores políticos y defensores de “la cuestión social” y en consecuencia, contrarios a los intereses del régimen militar.

  1. El modelo neoliberal

El modelo neoliberal en Chile, llegó de la mano de un grupo de economistas denominados “los Chicago boys”, en alusión a la Universidad donde obtuvieron sus maestrías y doctorados. Con el beneplácito del gobierno  militar, las ideas y acciones no se dejaron esperar, así el escenario propicio para entronizar las ideas del neoliberalismo, fue precisamente el período correspondiente a la dictadura militar. Sin embargo, muchos países de América Latina que adoptaron la ideología neoliberal, posteriormente terminaron por aceptar sus falencias y desistieron a tiempo de llevar a cabalidad las políticas de éste,  implementando sólo algunas de sus directrices.

Las circunstancias y condiciones políticas del país propiciaron no sólo la mantención del modelo, sino que además permitieron su profundización, haciendo partícipes  involuntarios de ello, a los habitantes de la nación. Producto de esta situación, se puede afirmar que Chile, dentro del concierto latinoamericano, detenta el título de ser  el país más radicalizado, en lo que al  modelo neoliberal se refiere. 

En este escenario, la pérdida del poder del Estado para dar cumplimiento a los objetivos de carácter social que le competen, fueron “olvidados” o pospuestos indefinidamente  ya que el nuevo sistema económico no los considera, debido a que no están contemplados dentro de su política.

En este contexto, el  modelo económico, asume el control sobre las estructuras que se articulan para elevar el crecimiento económico fundado en la libertad, exhortando al individuo como actor principal en la producción de bienes y servicios, desvalorizando el sistema tradicional de planificación del gobierno y las tradicionales políticas públicas orientadas al logro del bienestar social, en las que el Trabajo Social se erigía como el protagonista por antonomasia en materia profesional, no en vano el rol más reconocido en la profesión ha sido precisamente, el de Implementador de Políticas Sociales.
Los cambios propuestos, instaron al sector privado a producir, otorgándole toda clase de beneficios. La participación de los actores  públicos se fue desperfilando poco a poco, sin embargo el auge de la nueva economía, prometía resolver las problemáticas sociales no resueltas en gobiernos anteriores y además corregir las desviaciones que se pudieran originar producto de la implementación del nuevo modelo de desarrollo.
En este sentido el Estado se constituyó como un ente pasivo, dónde su función se redujo gradualmente, dando paso al mercado para  regular la actividad de casi todas las áreas de la vida nacional. Esto llevó a la competencia desmedida entre las empresas.
Consecuentemente con su concepción, el sistema neoliberal no hace más que reforzar el rol del Estado como un mero espectador, manteniendo fielmente la idea de que el mercado es el promotor exclusivo del crecimiento económico y como consecuencia, del desarrollo social.
No existe, hoy en día, un cuestionamiento económico a este contexto básico de reformas estructurales, que en cifras da cuenta de un efectivo desarrollo económico en el país.  Pero hay críticas de diversa índole respecto de las consecuencias sociales generadas por este modelo. 
Examinemos los efectos distributivos de una economía de mercado.  Para este propósito es conveniente definir la pobreza y distribución del ingreso.

La pobreza es un concepto absoluto[1], una familia es considerada pobre cuando no alcanza a satisfacer necesidades básicas.  Para la operacionalización  de este concepto, se ha definido una canasta básica de bienes y servicios que se ha valorado monetariamente.  Esto define la "línea de la pobreza".  Las familias que tienen un ingreso inferior a esta "línea de pobreza" se consideran pobres.

Por otra parte, la distribución del ingreso es un concepto relativo; está orientado a examinar el nivel de desigualdad de ingresos, o diferencia de ingresos existentes en la sociedad.

Chile es uno de los países que presenta una de las peores y  mayores desigualdades  de ingresos en comparación  con  América Latina e incluso el mundo. No obstante, aunque resulte paradojal afirmarlo, durante la última década, el "modelo chileno" ha sido considerado como un ejemplo a emular  por los países en desarrollo, particularmente, por los países latinoamericanos

Las cifras que dan cuenta de la distribución del ingreso en Chile demuestran que ésta es reconocidamente mala. Al observar la distribución del ingreso de 65 países en desarrollo, Chile ocupa el séptimo lugar de los países con peor distribución del ingreso; en América Latina, sólo Brasil nos supera.  Chile tiene una distribución del ingreso similar a la de Guatemala, Kenia y Sudáfrica  (Banco Mundial, 1996).

Debemos considerar además del aspecto cuantitativo de la distribución del ingreso, la gran relevancia que tiene el aspecto cualitativo.  Las enormes diferencias de calidad en  salud, educación, vivienda, justicia y previsión social contribuyen a la percepción global de existencia de un aumento en las desigualdades sociales. En el caso chileno, un niño que ingresa a un colegio público o a uno privado, obtiene una calidad de educación muy diferente, de esto dan cuenta los procesos evaluativos a que están sometidos los estudiantes y establecimientos educacionales anualmente, como el Sistema de Medición de la Calidad de la Educación (SIMCE) para enseñanza básica y la Prueba de Selección Universitaria (PSU) para enseñanza media.

Una familia chilena está dispuesta a gastar 5 a 6 veces más en educación y en salud, en vez de utilizar los servicios proporcionados gratuitamente por el sector público porque, obviamente, cuando se puede, se “invierte” en calidad.

La focalización constituye una propuesta  a incrementar la eficiencia del Estado en la solución de los problemas sociales. Se requiere claridad respecto del grupo objetivo y cómo llegar a éste.  Esto permitiría eliminar los desvíos hacia  otros grupos. 

Para aplicar políticas de focalización, los grupos objetivos tienen que tener una caracterización simple,  como adultos mayores pobres (mayores de 65 años y con pensiones mínimas legales vigentes o menos), niños desnutridos, víctimas de VIF, etc. 

El Estado chileno, ha generado una frágil red social para atender la legítima demanda de la población más pobre en relación con el aumento del bienestar social, sustituyendo su función de productor de bienes públicos para el bienestar social por la función de regulador; como ha sucedido en el caso de la educación, con la presencia de colegios y universidades privadas o a través de seguros obligatorios para cubrir contingencias sociales como la invalidez, muerte o vejez, la que se hace mediante la cotización obligatoria en entes privados creados especialmente para ello como las AFP (Administradoras de Fondos Previsionales), en los cuales el trabajador no tiene ninguna participación, como no sea la de cotizar mensualmente.

Lo paradójico de este sistema, radica en que las personas más pobres y de alto riesgo son las que están económicamente menos capacitadas para financiar dichos seguros.

En todo este parafernálico sistema, en la década del 80, se vuelven a abrir las escuelas de Trabajo Social, esta vez al amparo de la nueva Ley LOCE (Ley Orgánica constitucional de Educación), la misma que permite la creación de universidades, institutos profesionales y  colegios privados. A partir de su promulgación, el mercado se inunda con instituciones de educación superior, las que a su vez, ofrecen carreras profesionales con bajo costo de operación, las que se conocen como carreras de “pizarrón y tiza”, ya que no requieren de mayor inversión en sus aulas para formar profesionales. Se produce un “boom” de ofertas en carreras como Psicología, Derecho, Ingeniería Comercial, Periodismo y Trabajo Social,  entre otras.


Como era de esperarse, los profesionales egresados superan con creces, la demanda que de ellos tiene el mercado. La situación se hace insostenible, en tanto existe un Estado reducido en sus funciones al mínimo histórico que, si bien genera políticas públicas, no crea las estructuras para implementarlas. Así,  se da comienzo a la ejecución de planes, programas y proyectos, vía licitación, es decir se ofrecen a las incipientes mini empresas, conformadas por profesionales asociados para estos efectos, los servicios que, tradicionalmente, estuvieron en manos de organismos estatales para que ejecuten, con eficiencia y eficacia, servicios solicitados por la comunidad, al más bajo costo.   Ahora el rol del estado se limita a ofrecer subsidios y designar a los entes fiscalizadores.

3.      El desalojo del trabajo Social

El Modelo neoliberal, rediseña la participación de los Trabajadores Sociales en el escenario de las políticas públicas.

El Estado mantiene una porción de Trabajadores Sociales como trabajadores a su cargo y gran parte de ellos con contrato a plazo fijo  y a honorarios. Esta situación se ve agravada por la politización que se hace de estos trabajadores, en tanto cada municipio y sus respectivas corporaciones[2] contratan personal que sea proclive al Alcalde de turno. Lo mismo ocurre con las direcciones regionales de cada ministerio o servicio público.

En este contexto, el Trabajo Social ha sido “desalojado”  del ámbito en donde se desempeñó desde su creación como profesión, es decir, desde el Estado y al servicio del bienestar de la población, para transformarse en un empresario que debe desenvolverse en un medio altamente inestable, el que dependerá de si gana o pierde una licitación para implementar servicios sociales.  A esto debemos sumar el hecho que al no existir dependencia de un empleador, sea el propio trabajador el que tenga que generar los recursos para obtener prestaciones de la seguridad social.

Un ejemplo concreto de este fenómeno, lo constituye la atención a niños/as víctimas de abuso (en cualquiera de sus formas). El Estado genera una política social de prevención, una de protección y otra de rehabilitación. Todas ellas se licitarán por separado, se les asignará un presupuesto y las ejecutarán entidades privadas que consideren atractivos los recursos financieros disponibles para su ejecución,  y serán fiscalizadas por un organismo estatal. A todas luces, estos procedimientos generan gran descoordinación y, en muchos casos, duplicidad de intervenciones, por tanto si lo que se pretende es ahorrar recursos, esto no se logra.

Desalojados del rol tradicional, de los espacios históricos de desempeño profesional y de la estabilidad laboral, los Trabajadores Sociales se ven obligados a “reformatearse” constantemente. Dicho esto, nos enfrentamos al rediseño  profesional, dónde éstos, ahora  deben tener un nuevo perfil porque, en este nuevo escenario, se requiere: i) dominar el arte de competir, de proveerse de los contactos necesarios para no romper la cadena de postulaciones a nuevos proyectos que le permitan seguir insertos en el mundo laboral; ii) lidiar con funcionarios estatales que aún sin tener las competencias técnicas, están autorizados para tomar decisiones que en el pasado eran de completa competencia del Trabajo Social. Iii) también,  desarrollar la capacidad, destreza y habilidad de conseguir “padrinos” que avalen su capacidad profesional ante las organizaciones que ofertan los proyectos a ser licitados. Aunque pueda aparecer como disonante, es la habilidad de moverse entre lo legal y lo corrupto del sistema.

Lo anterior, atenta contra la especialización profesional, convierte al Trabajador Social en  un trabajador polifuncional, asunto que no se conjuga con dar servicios sociales de calidad que debe entregar, en tanto la racionalidad económica sigue siendo la premisa que se debe cumplir.

Un Trabajador Social en Chile, hoy por hoy, cae en lo que se ha denominado “management” , es decir un gerente, administrador o gestionador, que despliega su accionar especialmente en el campo de la administración. El resultado de estas singularidades radica en que, finalmente, ejecutar los proyectos en los tiempos previstos, a bajo costo y salir “airosos” de las fiscalizaciones, es más importante que resolver los problemas que dan lugar a la intervención.




La diferencia sustancial entre Servicios Sociales y Sistema del Trabajo Social es:

v     Los servicios sociales precisan para su organización, dirección y administración, de la categorización y delimitación de las necesidades de los sujetos potenciales y reales, y  de preestablecer las respuestas para cada categoría o clase de necesidad. Desarrolla programas y/o proyectos que a su vez se mantienen dentro de los limites y necesidades de la propia organización.

v     El Trabajo social, en cambio,  entiende las necesidades como históricas, colectivas e individuales, únicas, y de cada quien y en directa relación con la capacidad de reconocerlas y nombrarlas por parte de quienes las padecen.

A modo de conclusión,  los trabajadores sociales no deberían trabajar con necesidades preestablecidas, sino que, a contrario sensu, su accionar, dentro de un paradigma sistémico, holístico e innovador debe orientarse a  procurar que tales necesidades sean nombradas y analizadas por los propios sujetos, potenciando nuevas formas de encararlas y satisfacerlas.

A todas luces, esto resulta inviable  en este nuevo orden: el modelo neoliberal.
v    

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Godoy, Hernán. (1971), Estructura social de Chile, Santiago. Editorial Universitaria.

Lucita, EApuntes sobre la precarización del trabajo y de la vida. En http://www.aporrealos.org/trabajadores

Meller, P. (2000) . El Modelo Económico y la Cuestión Social. Serie Estudios Socio/Económicos Nº 1. Santiago. Universidad de Chile.

Procacci, G. (1999).  Ciudadanos Pobres. La ciudadanía social y la crisis de los Estados de Bienestar, en García, Soledad y Lukes, Steven, Ciudadanía: justicia social, identidad y participación. Madrid. Siglo XXI

Santa Cruz, Lucía. (1999), Reflexiones en torno a la desigualdad en Chile, en revista Perspectivas, vol. 2. Santiago. Universidad de Chile.

Servicio Nacional de la Mujer (1998). Hombres y mujeres pobres en Chile. Desigualdades en cifras. Santiago. Mercado Negro.


[1] Para mayor detalle de esta tipificación, ver Patricio Meller, “El modelo económico y la cuestión social”

[2] Estas son entidades de derecho privado creadas para descentralizar la administración de los recursos asignados por el Estado a cada comuna, bajo las directrices emanadas del gobierno central.